lunes, 17 de noviembre de 2014

El Muro que dividía Torremilano y Torrefranca

  • Existió durante casi tres siglos y nació con el propósito de dividir y separar dos poblaciones contiguas que, para su desgracia, estuvieron sometidas en sus orígenes a regímenes distintos de gobierno, uno señorial (Torrefranca) y otro de realengo (Torremilano).
Las andanzas y ambiciones territoriales del señor de Santa Eufemia (y también de Torrefranca), don Gonzalo de Mexía, obligaron a los pobladores de Torremilano a levantar en 1479 una muralla para defenderse de los continuos atropellos por parte del belicioso noble y asegurar de ese modo el propio territorio jurisdiccional. Un portillo con forma de arco, situado a espaldas de la Iglesia Parroquial de Torremilano, se convirtió en el único punto de control y conexión entre las dos villas.

El muro, cuya existencia intuíamos pero del que se habían desvanecido las pruebas, asistió impávido a mil avatares durante los siglos siguientes pese a los deseos y a la necesidad más que evidente de facilitar la comunicación y el comercio entre personas que, con frecuencia, además de vecinos eran miembros de las mismas familias. En varias ocasiones las autoridades de una y otra villa intentaron acabar con la anómala y fastidiosa situación pero trabas de distinta índole lo impidieron una y otra vez.

Finalmente, en 1739, surgieron las circunstancias favorables para un nuevo intento, que esta vez sí, fructificó. Era entonces señor de Torrefranca don Joaquín Antonio Ximénez de Palafox Centurió de Córdoba (1725-1755), marqués de Ariza, marqués de La Guardia, conde de Santa Eufemia...Por su parte, Torremilano pertenecía desde 1660 al marquesado de El Carpio, en manos entonces de María Teresa Álvarez de Toledo y Haro (1691-1755), duquesa de Alba, duquesa de Montoro, Marquesa de El Carpio... El gobernador de las Siete Villas de Los Pedroches, en las que estaba incluida Torremilano, era don Martín Lozano Ibáñez.

El 4 de octubre de 1739 los alcaldes y regidores de Torremilano y Torrefranca, reunidos precisamente en el citado portillo que comunicaba ambas villas, se comprometieron mediante escritura pública a derribar el muro separador y abrir en su lugar una espaciosa calle que comunicara las plazas públicas de ambas poblaciones, contando para ello con los permisos y parabienes de ambos señoríos.

Las condiciones del convenio -que sin duda resultará muy grato de conocer para los habitantes del actual Dos Torres y en general para todos los interesados de nuestra tierra- pueden leerse al completo en la transcripción del adjunto documento.

Como testigo y señal del lugar que había ocupado hasta ese momento el muro, las autoridades decidieron embutir, en las fachadas resultantes a ambos lados, sendas piedras con una cruz esculpida en ellas y disponer sobre el pavimiento una hilera de piedras negras que marcara la frontera de una y otra villa pero ya sin ningún obstáculo material que impidiese el libre tránsito de personas y mercancías entre uno y otro lado.

Un siglo después de ser demolido, Ramírez de las Casas Deza señalaba en la Coreografía Histórico Estadística de la Provincia y Obispado de Córdoba que la división entre ambas poblaciones sólo era visible gracias a dos piedras que, con el nombre de cada una de las villas, señalaban dónde principiaba la una y acababa la otra. Del muro ya no quedaba ni memoria.

En definitiva, en este año de 2014, Dos Torres puede sentirse orgullosa de añadir al 175 aniversario de la unión político-administrativa entre Torremilano y Torrefranca la celebración de los 275 años transcurridos desde la demolición en 1739 del muro que impedía físicamente la fraternal relación entre los habitantes de una y otra villa.

Jose Luís González Peralbo

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